Cuenta la leyenda que los cardones que hay en los valles, en especial en el camino a Amaicha del Valle (Tucumán), en realidad son indios que, convertidos en plantas, aún vigilan los valles y los cerros.
Entre los indios mocoretaes había uno, joven, aguerrido y valiente, llamado Igtá (hábil nadador) que amaba a la más buena y hermosa de las mujeres de su tribu, Picazú (paloma torcaz), y quería casarse con ella.
Cuenta la leyenda que, en el comienzo de los tiempos, habitaba el río Iguazú una enorme y monstruosa serpiente,
Kirimbatá era hijo del cacique de una tribu de indios timbúes.